Esta es una de esas historias que pueden parecer un tanto difíciles de leer, en parte por que este servidor es uno de esos escritores amateur que difícilmente se llamaría a si mismo escritor, al menos en ese sentido "artístico" de la palabra y en parte por que tampoco tiene una idea muy clara de la historia que pretende contar, esta mas bien podría ser una historia acerca de la construcción misma de las historias, cosa que podría extenderse (o no) a la construcción de todas las cosas que pretendan ser construidas.
En fin, este relato comienza con un pobre diablo sentado en el suelo de un vagón de metro rumbo a su escuela. Todos los días se levanta con cierta dificultad, con la misma que viste sus ropas e incluso algunas veces toma una ducha, para salir de casa y cruzar la ciudad de norte a sur, es probable que cuando les hablo de cruzar la ciudad todos los días venga a ustedes esa sensación de desagrado intenso propia de cuando una idea nos resulta repulsiva, y si, es mas o menos la sensación que nuestro amigo en ese vagón siente mas o menos todos los días, si a eso le sumamos el desencanto que ha aprendido a sentir hacia sus decisiones profesionales, tenemos, en efecto, un ser humano sumamente marchito.
Y de repente como si estuviese consciente de que este relato habla de el, se levanta del suelo, en cuanto el vagón abre las puertas en la siguiente estación y sale de ahí como si hubiese olvidado algo ahí fuera, cosa que no podría ser, dado que esta estación en particular se encuentra a una distancia considerable de su hogar y se encuentra en una zona de la ciudad donde el nunca había tenido el tino de transitar. Es tal vez eso, lo que el necesitaba en ese momento, estar en un lugar donde nunca antes había estado, es lo que sucede cuando vivimos entrampados en la rutina, sobre todo cuando esta rutina no nos aporta satisfacción alguna, nuestras almas comienzan a clamar por ese "algo" distinto a todo lo que conocemos, por ese escape que rompa de un instante el maldito ciclo que nos encadena. Una vez estando fuera del vagón mira a su alrededor, los andenes completamente vacíos en ambos lados de las vías, en toda la estación parece no haber otra alma mas que la suya propia como si el universo hubiera decidido detenerse para el, para darle ese instante en esa estación para respirar y con la calma que inhalara en ese respiro decidiera entonces que debía proceder en esta pequeña escapada de su cotidianidad, y así lo hizo, respiro, miro a su alrededor y se quedo completamente inmóvil por un par de minutos, hasta que de repente su momento se vio interrumpido por el sonido de un nuevo tren que venia llegando a la estación, el giro hacia las vías de manera que cuando el vagón se detuvo las puertas abrieron justo frente a el, era como si ese mismo universo que se detuvo para darle ese respiro hubiera vuelto a toda marcha a recordarle que de hecho este mundo, esta realidad no se detiene para nadie y esas puertas abiertas frente a el estuvieran ahí diciéndole, puedes subir y puedes marchar con el resto, o puedes no hacerlo, pero ten por seguro que marcharemos sin ti, y esta terrible idea de quedarse atrás fue como una brisa violenta que lo empujaba de vuelta dentro del vagón, y con la cabeza gacha a pasos pequeños, comenzó a reingresar a ese vagón, a retomar su rutina después de esa pequeña pausa, pero justo cuando ese infame pitido anunciaba que el tren estaba a punto de reanudar su marcha fue el asco y el fastidio producidos por lo que el sabia que había dentro de ese vagón los que se impusieron, sobre el miedo y la incertidumbre que producía el no saber nada acerca de l que pudiera existir fuera de su rutina, así que retrocedió y dejo que las puertas se cerraran para luego ver al vagón desaparecer junto con las certezas de la rutina, en la oscuridad de ese túnel.
Había decidido plantarle cara al mundo y su implacable girar que no tiene consideración de nadie.
Ustedes sigan siendo el fantasma de la maquina ¡pero este día es mío!