Una vez dentro, cuando ella alarga el brazo para encender la luz, el se lo baja, le da la vuelta y la besa. lo hace como un loco, quiere aplastarla, un minusculo manometro bajo sus costillas duplica y reduplica su necesidad de presion, pura presion sin mas, no hay amor en el abrazo, amor que fulgure y se deslice a lo largo de la piel, no tiene consciencia de su piel ni de la de ella, quiere estrujarle el corazon y amasarlo con el suyo, consolarla totalmente. ella, por su misma naturaleza, se pone rigida en semejante abrazo. el pequeño cojin humedo de remisa complacencia con que sus labios han saludado a los de el se seca y endurece, y, cuando puede echar la cabeza atras y liberar la mano, aplica la palma a la mandibula masculina y empuja como si quisiera arrojar el craneo al pasillo. sus dedos se curvan y una larga uña roza la piel tierna bajo un ojo. el la suelta. el ojo casi arañado se entrecierra y le duele un tendon del cuello.
John Updike, Corre, Conejo.
marzo 03, 2009
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